La primera vez que la escuché recuerdo lo incómoda que me hizo sentir por dentro y lo desatinada que me pareció. Me pareció tremendo, erróneo y hasta imposible. Y es que en aquel entonces, tal como luego me dijo una de mis mentoras, yo era demasiado hija.
En aquel entonces tenía un vínculo difícil con mis padres. Muchas cosas me enojaban, pocas veces tenía verdaderas ganas de verlos o se esfumaban ante un nuevo enojo o conflicto. Los enjuiciaba constantemente y sentía que ellos a mi también.
Aunque esa idea central que te mencioné antes no la compartía ni de cerca, se quedó muy presente en mí. Pasaron los años y con mucho trabajo personal comencé a entender, ahora con el corazón, lo que esa frase quiere decir, a qué nos invita.
Y es lo que hoy, ya siendo madre, quiero contarte!
Cuando somos niños, y tal vez te acuerdas, u hoy lo ves en tus propios hijos, somos leales. Leales a mamá, a papá y a todo el sistema familiar.
Los niños muchas veces hacen cosas para que se los mire con amor y se les de aprobación, aunque no sea exactamente lo que ellos harían. Ciertas veces dicen lo que queremos escuchar y van creciendo en ser ese niño o esa niña que jamás defrauda o decepciona a mamá o a papá.
En la adolescencia, por el contrario, se despierta la rebeldía y suele suceder todo lo contrario. Somos y hacemos lo diametralmente opuesto a lo que antes eramos leales.
Son mecanismos de crecimiento necesarios para luego, en el mejor de los casos, encontrar un punto medio, de equilibrio y principalmente auténtico a nosotros mismos en la adultez. ¡Gran desafío!
Ahora bien, no siempre sucede eso. Y muchas personas se quedan atrapadas en uno u otro de esos 'personajes' que fueron o incluso oscilan de uno a otro dependiendo de la experiencia.
Sin suficiente nivel de consciencia, sin terapias que nos ayuden a vernos realmente y asumir lo que es nuestro. Sin la predisposición a un vínculo sano y adulto con nuestra madre y nuestro padre, será muy difícil dejar el mecanismo infantil o adolescente con el que operamos.
Y cuando digo vínculo sano y adulto no me estoy refiriendo a la presencia y al compartir, porque claro que hay historias de mucho daño y dolor y personas que han decidido alejarse de sus padres. Aún así, el vínculo sano y adulto lo necesitas dentro de tu corazón. Porque allí comienza y termina cada vínculo y porque la RECONCILIACIÓN con nuestra historia y lo que fue, es de ti, para ti.
Pasaron los años y aprendí a mirar a mis padres con otros ojos. Comencé a entender que ellos también fueron niños, adolescentes, que también tenían una historia con sus padres y mucho más dura o difícil que la mía, como posiblemente haya pasado en tu familia. Y que más allá de que sean mis padres, ante todo son personas, son compañeros en este viaje y yo no soy quién para quejarme o reclamar por cómo fue mi crianza o lo que no fue como hubiese querido.
Eso que 'fácilmente' acabas de leer me llevó casi 4 años de trabajo interno y aceptación. Y seguirá llevando seguramente, porque la labor de dejar de ser hijos es de toda la vida. Aprender a dejarde reclamarle a nuestros padres y dejar de esperar, es una labor constante.
Dejar de ser hijos no significa olvidarte, pelearte, dejar de ver o necesitar de tus padres. ¡No! Eso creí la primera vez que escuché la frase, así que, si lo que estás pensando ahora mismo no te preocupes, date tiempo a que esa idea pueda bajar a tu cuerpo y corazón, pues la mente es finita.
Dejar de ser hija, hijo significa: dejar de quejarte por lo que fue o no fue, dejar de reclamar y pedir desde el victimismo. Deja de juzgar lo que tus padres hacen o hicieron, o lo que no. Significa deja de esperar que sea distinto y poder mirar a los ojos, reales o desde el corazón, a nuestros padres y poder decir: ¡gracias, fue suficiente!
Cuando podemos habitar ese lugar de adultez y comenzar a mirar a nuestra madre, a nuestro padre como otro adulto comienza el proceso de reconciliación y lo que nos trae es: aceptación, perdón, alivio, agradecimiento. No solo en el vínculo con nuestros padres, sino en toda nuestra vida.
Y aquí un dato que muy posiblemente te ayude a reconocer lo que te cuento: cuando somos hijos desde el mecanismo infantil, la actitud de queja y reclamo la llevamos a todos nuestros vínculos y áreas de nuestra vida, no solo a los padres. Nos quejamos y reclamamos a nuestra pareja, al trabajo, a una amiga, a nuestros hermanos. Incluso a tus propios hijos si ya los tienes. Porque inconscientemente seguimos buscando sanar o reparar en el afuera eso que no fue como queriamos. Emocionalmente somos niños en cuerpo de adultos. Cuando puedas verlo y aceptarlo allí comienza la verdadera transformación.
Desde que me convertí en madre puedo reconocer la nueva vuelta en espiral que di respecto de la reconciliación con mis padres. La cual puedo ver cuándo llegó a su pico máximo y el proceso de regulación y maduración emocional que yo supe hacer para hoy tener otra relación y desde allí tomar la fuerza y la claridad para Ser Madre.
De no saber qué admirar de mi madre y enojarme por parecerme a ella, a poder mirarla a los ojos y decirle lo valiente que fue y apreciar los aspectos en los que sí elijo parecerme o reírme con amor en los que me parezco y no elijo, más aún estoy aprendiendo a lidiar.
De sólo admirar de mi padre su fuerza y sacrificio a poder charlar con él de emociones y saber que lo que no elijo de su carácter no me hace menos hija.
Sólo así podemos dejar de ser hijos heridos para irnos a ser padres fortalecidos y maduros.
Aunque lo único bueno que tus padres te hayan podido dar haya sido la vida, si ahora estás leyendo esto, entonces tuviste éxito y es tiempo de abrazar esa historia, gracias a lo que sí y mirar hacia tus hijos si eres madre o padre, o hacia lo que deseas crear para tu vida. La vida es hacia adelante.
Te invito a que puedas mirar el vínculo con tus padres, actual o pasado, y te fijes qué pensamientos o exclamaciones surgen de ti.
- ¿Son expresiones de queja o reclamo?
- ¿Vives insatisfecha y siempre esperando algo más o sientes que fue suficiente?
Así podrás descubrir si estás en la vereda del hijo herido o de la madre/padre emocionalmente maduros. Desde el hijo herido es muy dificil criar hijos emocionalmente seguros de si mismos, porque estaremos operando desde nuestra insatisfacción y queja la mayoría de las veces.
Siendo personas adultas que vamos madurando emocionalmente podremos sostener a nuestros hijos y guiarlos a la vida, mientras reconocemos aquello que aún duele, lo integramos o pedimos ayuda, pero sin juzgar, quejarnos o dañar a nuestros padres. Que si siguen vivos y cerca de tuyo podrás ver como se transforma el vínculo conforme te haces cargo de ti y desde un nuevo lugar aprendes a ser HIJA ADULTA - HIJO ADULTO y descubres que ahora tus padres son compañeros en este viaje llamado vida y puedes tener conversaciones mucho más profundas y maduras, con respeto, amor y límites.
Deseo esta nota te haya servido y aportado claridad. Me puedes escribir por instagram @creserycriar o por correo electrónico: info@creserycriar.com para contarme tus reflexiones o preguntarme lo que necesites.
Gracias por leerme, ¡hasta la próxima nota!
Paula.
Autoria de Paula A. Fernández
Mamá y escritora - Asesora de Crianza y Educación - Guía Montessori